sábado, 17 de septiembre de 2011

El Ejercito Prusiano en la Campaña de los Cien Dias 1ª Parte



"En 1815 las fuerzas armadas del reino de Prusia se encontraban, por lo que respecta a la calidad del material humano, los equipos y la coherencia organizativa, en su peor momento desde el inicio del ciclo de guerras Revolucionarias y Napoleónicas. Ello se explica en parte por el deterioro general de los recursos que tras 25 años de beligerancia sufría la mayoría de los participantes, y también por el hecho de que Prusia era un pais básicamente agrario y subdesarrollado económicamente. Aún así, este ejercito permaneció firme pese a sus reveses iniciales, participó en un victoria dramática y avanzó sobre la capital del enemigo. Dos fueron los principales motivos del éxito: su determinación y las dotes de mando de sus oficiales, algo logrado gracias al desarrollo y la preparación de un Estado Mayor homogéneo y compensado, uno de los mayores avances militares de este periodo.
Una parte importante de la infanteria prusiana en 1815 consistía en tropas Landwehr (milicias), mal entrenadas y pobremente equipadas, la mayoría de las cuales había sido reclutada en provincias que acababan de anexionarse. En efecto, Francia había gobernado algunos de estos territorios durante dos décadas, por lo que para muchos de estos jóvenes soldados el alemán era prácticamente una lengua extranjera. Algunas formaciones regulares, como las de Berg, habían luchado como aliados de Napoleón, por lo que no podía contarse con su lealtad. Otras, como las sajonas, fueron más o menos forzadas a entrar al servicio de Prusia. Algunos regimientos de linea eran unidades de nuevo cuño, conformadas a partir de la amalgama de cuerpos más bien exóticos creados durante las Guerras de Liberación. Entre ellos destacaban la antigua Legión Ruso-alemana y el Freikorps (Cuerpo Franco) de Lützow, ambas de un valor militar limitado debido a sus irregulares origenes.
La caballeria se hallaba en medio de una gran reestructuración cuando empezó la guerra en 1815, organizando nuevos regimientos a partir de escuadrones de origen variopinto, procedentes ya de legiones, ya de Freikorps. En su mayor parte las nuevas formaciones carecían de experiencia y cohesión, por lo que, en general, presentaban un estado lamentable.
En cuanto a la artillería, la situación era un poco más optimista, aunque la escasez de recursos suponía un problema acuciante. Muestra de ello fue que nuevos cañones continuaron llegando al frente incluso después del estallido de las hostilidades, intentando desesperadamente aumentar su potencial. A pesar de hallarse lejos de su mejor momento, pero este cuerpo se esforzó por dejar su impronta en la campaña.
La actuación del ejercito prusiano estuvo lastrada, asimismo, por su incapacidad para adquirir u obtener in situ un abastecimiento adecuado a sus acuartelamientos de los Paises Bajos, puesto que el numerario británico y las tropas nativas de la región acapararon la parte del león de las provisiones disponibles. Los intendentes prusianos únicamente podían ofrecer pagarés cuando trataban de adquirir suministros y fueron pocos los granjeros o los comerciantes holandeses que se fiaron de su capacidad o su deseo de convertirlos ulteriormente en efectivo.
Un aspecto significativo: varias de las formaciones de élite y con experiencia en combate no quedaron incluidas en el ejército del Bajo Rin que, de hecho, cargó con el peso de la contienda. Por el contrario, estas unidades se desplegaron en la retaguardia, vigilando los movimientos de los austriacos con desconfianza.
Tropas pobremente equipadas, faltas de comida y ropa, con un grueso formado por un mezcla de reclutas inexpertos y hombres de dudosa lealtad, encuadrados en unidades recién formadas y si un núcleo de veteranos sustancial. Solo quedaba el recurso de un liderazgo brillante, fuerte y determinado para salvar tales deficiencias y posibilitar la victoria. Afortunadamente, el ejercito prusiano de 1815 contaba con comandantes de la talla de Blücher y Gneisenau, pero disponía de pocas ventajas más sobre sus enemigos."

Extracto del libro de Peter Hofschröer "Waterloo".

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